Casi recién llegado del viaje, haré mención de Lituania, Letonia y Estonia. Es cierto que en apenas una semana, Héctor y yo tampoco nos pudimos empapar bien de lo que son aquellos países, aunque se puede decir que lo más turístico sí que lo vimos, a excepción de Trakai. Comenzamos el viaje en Kaunas, donde apenas estuvimos unas horas en las que deambulamos por la calle principal y vimos la iglesia de Soboras. El albergue por cierto (R Hostel), muy bien. Marchamos en una furgonetilla-bus hacia Vilnius, en un viaje que duro hora y poco, y que nos dejó en la estación de autobuses, a cinco minutos de nuestro nuevo albergue, el A Hostel, donde pudimos dormitar en cápsulas en plan panal de abejas. Fuimos a dar una vuelta por el casco antiguo, visitando la famosa Catedral, el castillo y otras bonitas iglesias. Tras tomar unas pintas, nos fuimos a descansar, ya que al día siguiente tocaban 4 horas de autobus, eso si, un lujoso autobus, hasta Riga. Llegamos a Riga y nos metimos en el primer antro de perdición que encontramos de albergue, aunque por 10 euros la noche...tampoco se puede pedir más. El Old Town Riga Hostel era una especie de irish pub con dormitorios en los pisos superiores, llevado por un clon del camello de Sid (para los que vieron la serie Skins), en el que había bastantes goteras. Tras pasear por el centro, ya más lleno de turistas, tomamos un par de pintas y descubrimos la happy hour del hostel. Pasaron las horas haciendo nuevas amistades: Toru el japo, los elegantes holandeses.... Al día siguiente nos dimos la gran paliza andando, y tal era el cansancio que nos planteamos hasta ir al cine a ver una peli, aunque no sabíamos si sería en inglés o en letón, así que desechamos la idea. Hicimos hora y finalemnte fuimos a albergue, donde descansamos lo que un jodido y borracho canadiense nos dejó (raro eso de ducharse a las 2 de la mañana, y más en un baño como ese). Al día siguiente, un bus menos lujoso nos llevó hasta Tallinn, donde el dueño del anterior albergue nos advirtió de que los albergues estaban ocupados, y que mejor era que fueramos directamente a un hotel. Dicho y hecho, al final encontramos el Park Inn, a muy buen precio y con una increíble habitación de 3 estrellas. Dejamos las cosas, nos pegamos una ducha, que ya era necesaria, y nos fuimos a conocer la bonita y medieval ciudad de Tallinn. El centro era precioso, pero nos encontramos con una gran cantidad de turistas, ya que era fin de semana y la gente de los países colindantes se desplazan a Tallinn para salir, ya que es bastante más barato. Subimos a la colina donde están los edificiones más importantes y además pudimos comprobar que las vistas eran preciosas. A nada que te sales del casco histórico se puede comprobar como la arquitectura soviética inunda todo, con inmensos hoteles utilizados antaño por la KGB o grandes moles de cemento utilizadas como terminales portuarias. Es de destacar el serio problema que tienen aquellas gentes con el alcohol, ya que se puede ver a unos cuantos personajes dando tumbos por la calle botella de vodka (en botella de plástico para disimular, eso sí) en mano.
En definitiva, los países bálticos están llenos de contrastes, tanto por la diferencia de clases, como por el cambio que hay de lo medieval a lo soviético. Tendrán bastante más para ver que lo que nosotros vimos, y aunque no puedan ser reconocidos como una visita imprescindible, sí que tienen su encanto. Y pueden servir como no como punto de partida para conocer otros lugares como Helsinki o San Petersburgo, que quedan bien cerquita. De volver, esa sería mi idea!
No hay comentarios:
Publicar un comentario