
En verano de 2009 (sí, ese verano dio para mucho) tuve la oportunidad de conocer Estambul. Esta gran ciudad nos impresionó ya por el viaje que nos tuvimos que meter en tren (el siempre recordado Bósforo Express, otro día hablaré de él) desde Bucarest a Veliko Tarnovo en unas 6 horas, y de Veliko a Estambul en otras 15 horas. La verdad que tras una noche memorable llegamos a Estambul a eso de las 9 o 10 de la mañana, y ya en la estación de tren se notaba algo distinto: el caos. Acostumbrados al orden reinante en estas tierras de Occidente, salimos a la calle para encontrarnos con una multitud de coches, motos, bicicletas, gente caminando por la carretera (en mucha menor medida que en Marrakech, pero también llamaba la atención). Tras coger un taxi con nuestros amigos ingleses-holandeses, llegamos a nuestro albergue, el Antique Hostel, situado a escasos metros de Santa Sofía y la gran Mezquita Azul. Subimos a la terraza y, tomándonos una buena Efes Pilsen, disfrutamos de una sisha con unas increíbles vistas del estrecho del Bósforo. Salimos hacia la explanada entre la Mezquita Azul y Santa Sofía, y entonces empezaron a orar en árabe desde los altavoces de la gran Mezquita, creando una atmósfera increíble. El interior tanto de la Mezquita Azul como de Santa Sofía eran impresionantes, y la verdad que aunque la entrada algo cara, Santa Sofía merece totalmente la pena. Cerca estaba también la gran Cisterna de Santa Sofía, impresionante también, con centenares de columnas y una misteriosa base de columna tallada con una cabeza de medusa girada, que se decía que provenía de una antigua civilización. Nos perdimos por el Gran Bazaar, con centenares, miles de tiendas de todo tipo, donde podías comprar turquesas, pashminas, camisetas de fútbol, todo tipo de especias y dulces, sishas, lingotes de oro... todo lo que pudieras llegar imaginar estaba allí, a un simple regateo de ser tuyo. Aunque no pudimos entrar, admiramos también la inmensa Universidad de Estambul, y nos acercamos hasta la Mezquita de Suleyman. Y como no, saboreamos los típicos kebabs, aunque ya casi empiezan a ser más tipicos del casco viejo de Vitoria que de Turquía (donde quedará el Eusko Kebab de Kutxi...). En definitiva, habrá que volver por allí para poder ver la Torre Galata o perdernos por el Palacio de Topkapi, pero la verdad es que para el poco tiempo que estuvimos y el intenso calor que hacía, aprovechamos bien la visita. Aparte de sus inmensos monumentos, creo que lo que enamora de Estambul es la mezcla de Oriente y Occidente, el parecer que estás en una ciudad totalmente occidental pero rodeado de la magia de Oriente...